Críticas

Esther López Sobrado

MARES DE SECANO

Con el sugerente título de Mares de secano presentó Alonso Cuesta su última exposición, organizada por el Departamento de Geografía e Historia del IES Merindades de Castilla de Villarcayo, centro donde ha impartido Educación Plástica en el curso 2016-17.

La Sala de exposiciones de la Fundación Caja de Burgos se llenó de color desde su inauguración, el  jueves 4 de mayo, hasta el 27 de mayo de 2017. De color y de simplicidad, pues las obras expuestas traen a la memoria la sencillez de los haikus japoneses. Rodrigo ha depurado los elementos plásticos, hasta dejar lo mínimo y esencial. Limpieza y pulcritud de líneas que evocan las últimas obras de David Hockney, uno de los artistas vivos británicos más relevantes.

La exposición, caracterizada por un cromatismo potente y luminoso, poseía dos apartados temáticos diferenciados: paisajes y naturalezas muertas.

Los paisajes, a su vez, se pueden subdividir en dos tipos de obras: collages y paisajes abstractos. Los collages del natural suponen una interesante propuesta, muestran un paisaje real pero plasmado de un personal modo. Los colores planos se consiguen por medio de papiers collés, buscando la identificación de la realidad. En Mercado del Val elige como soporte un tondo como los artistas del Renacimiento. A mí se me antoja la retina del pintor, el mundo a través del ojo del artista.

Por otro lado están esos paisajes abstractos de Castilla. Son lo contrario de los collages, el reverso de la moneda. Rodrigo busca en su memoria la esencia del paisaje castellano y nos lo devuelve a través de sinuosos planos curvos donde la tierra y el cielo de Castilla se acoplan de un modo perfecto, con extraordinaria naturalidad. Las nubes y las curvas de la tierra castellana se entremezclan como si estuvieran hechas de la misma materia.

Entre los paisajes, hay uno que escapa a esta división: la hermosa panorámica de su pueblo, El mesquilón I. No es un paisaje imaginario, ni está hecho con papeles recortados. Ahora los planos de pulcros colores van configurando un paisaje conocido hasta la saciedad por su autor, reducido a sus formas más puras y esenciales, aquellas que se mantienen en el cerebro cuando cerramos los ojos. Esa cigüeña que cruza el paisaje, junto al verde juvenil de los campos de trigo, habla de la primavera en Castilla, cuando el paisaje parece más propio de Cantabria, si no fuera por el rectilíneo horizonte que anticipa la futura campiña amarilla de nuestra tierra.

Las naturalezas muertas son sus composiciones más metafísicas, incluyendo en este apartado su serie de barcas que son tratadas como objetos cotidianos sobre un espacio no identificado suficientemente. Me gusta mucho la barca que ha escogido para el cartel, aquí los colores se invierten, al igual que en María Teresa, el mar es un amplio plano amarillento sobre el que se asienta una barca azul (único lugar en el que encontramos el color del mar). Es como si la barca estuviera varada en un mar de trigo, en un mar de secano. Las desasosegantes sombras evocan paisajes surrealistas, y es que posiblemente cualquier paisaje se convierte en onírico cuando la mirada borra la anécdota de lo cotidiano. Esas pronunciadas sombras traen a mi mente otras sombras que aparecen, por ejemplo,  en Perro ladrando a la luna de Antonio Quirós.

Por último nos referiremos a su colección de botellas que, así colocadas en la pared de la sala de exposiciones, remiten al anaquel de un bazar o de un bar. Resulta imposible contemplar estos lienzos de pequeño formato sin recordar a Morandi, o incluso a Andy Warhol, del que se aleja por el sentido poético que inunda las composiciones. Como Morandi, Alonso Cuesta  dota a los objetos inanimados de una fuerza y una personalidad difíciles de encontrar en otros artistas.

Las botellas se disponen en grandes planos de silencio de los que no sabemos nada, desconocemos si las botellas están sobre una mesa, el suelo … Ha depurado tanto los elementos que la belleza de una botella o de una copa se muestra sin adornos, de un modo individual, sin necesitar la compañía de ninguna otra forma. En el fondo, al elegir estos objetos cotidianos, al igual que Morandi, evoca las sencillas y esenciales composiciones de Cézanne.

Este exposición  -como todas las buenas exposiciones- supone un viaje al interior del artista, al interior de su pensamiento, para descubrir sus inquietudes, sus contradicciones. En sus composiciones distinguimos la intervención del artista a través de  esas pinceladas empastadas que cargan de humanidad los planos colores de sus cuadros.

Lo que me resulta más atractivo de las composiciones de Rodrigo son sus atmósferas silenciosas. Sencillez y fuerza impregnan esta magnífica muestra plagada de color.

Esther López Sobrado

Doctora en Historia del Arte

Jefa del Departamento de Historia del IES Merindades de Castilla