Leo algunos textos a propósito de otras exposiciones recientes de Rodrigo Alonso Cuesta (Burgos 1982) y en todos hay alusión al comienzo, a la juventud, al inicio de un viaje por la creación artística que impulsa el corazón y que enciende el deseo de hacer y transmitir. Pero van quedando atrás los comienzos, sigue el viaje. Ligero de equipaje innecesario, el viaje de Rodrigo Alonso es abierto para explorar la esencia de las cosas que al hombre rodean, que el hombre levanta o que el hombre habita. Exigente, también, para encontrar soportes y técnicas que mejor traduzcan el personal sentido de lo que se pinta; que mejor incorporen en el alma propia al momento de lo que se representa.
El combustible que enciende la pintura de Rodrigo Alonso es la memoria, índice de sensaciones y sentimientos.
Lo vemos en esos frutos de bodegón que la memoria guarda antes de que el tiempo quiebre línea y textura.
Lo vemos en los puentes e iglesias, en el agua quieta o en el cielo, en el dibujo o en la mancha, hechos del color y la luz que proporcionan horizonte y distancia. Eso es memoria, eso es alma.
Lo vemos en los paisajes retenidos, amarillos de Castilla que disuelven verdes -como el sur disuelve el norte- haciendo recordar el suspirar de fuego de los maduros campos de Machado.
Sigue el viaje creativo de Rodrigo Alonso, viaje generoso con parada, esta vez, para enfrentarse a lo retenido en la memoria.
Juan Carlos Pérez Manrique
Director de la Biblioteca Municipal de Burgos